¿Por qué debemos hablar del final de la vida?

No existe un libro de instrucciones que nos diga cómo y cuándo hablar sobre el final de la vida en general, y menos  con alguien que tiene una enfermedad potencialmente terminal.

Todavía me pasa que cuando hablo acerca de mi trabajo, encuentro una mezcla de asombro, incredulidad e impresión: ¿A quién se le ocurre trabajar con el dolor y la muerte? No pretendo crear en este espacio esas instrucciones ni esa guía,  pero si quisiera compartir algunas reflexiones a tener en cuenta sobre este tema.

1. Debemos hablar de la muerte. Sí, en nuestra cotidianidad, con nuestros hijos, parejas, padres  y amigos cercanos. Creo que moriríamos mucho mejor, es decir en paz, si quitamos el tabú del tema y lo incorporamos como lo que es: el segundo momento más importante de nuestra vida.

2. Todos tenemos derecho a saber que nos está pasando y cuales son las probabilidades que tenemos. Este derecho nos da la oportunidad de  abordar los temas irresueltos que tengamos en nuestra vida. Es por eso que considero que quien padece una enfermedad potencialmente terminal tiene derecho a saberlo. Ahora bien, qué será doloroso y que se debe hacer de manera asertiva sin duda, pero ese sería otro tema. 

3. Lo que cada persona haga con esa información también es su elección. La mayoría de las personas reaccionará ante las conversaciones de la muerte en general,  o ante el caso específico de un diagnóstico, de la misma manera que ha reaccionado y se ha enfrentado a cualquier otro desafío en su vida. Una persona que durante su vida ha tendido a evadir los momentos de dificultad, muy probablemente buscará evadir el tema y entrará en negación. Por su parte alguien que siempre ha buscado resolver lo que se le presente, entrará en modo «acción» se informará y buscará alternativas.

4. Evitar el tema no lo desaparece. Hablar del tema no lo atrae. La muerte es una realidad, hablemos de ella o no. Y es una realidad no porque la atraigamos al mencionarla, sino simplemente porque estamos vivos. Cuando convivimos con alguien que padece una enfermedad potencialmente terminal, ignorar el dolor y el declive es no sólo nocivo sino que además, nos aleja de construir una relación profunda y más auténtica mientras estamos todos vivos. Esconder la muerte de nuestra cotidianidad nos quita la oportunidad de darle mayor sentido y perspectiva a nuestras vidas. 

5. Hay que ser muy asertivo para definir con quién lo hablamos y cuando lo hacemos. Así como en el primer punto dije que deberíamos hablar de la muerte, en este cierro diciendo que debemos hacerlo con prudencia y asertividad. Si en nuestra familia estamos enfrentando el desafío de la muerte de un ser querido, podemos y debemos comenzar una conversación en cualquier momento a partir del diagnóstico. En realidad, en familia, todos deberíamos tener este tipo de conversaciones antes de enfrentarlas. Por su parte, si es un amigo no tan cercano, un vecino o un compañero de trabajo lo mejor es mantenerse al margen, salvo si esa persona abre la conversación y si nosotros nos sentimos cómodos teniéndola con ellos.

Se que estos temas son complejos y también sé que por su complejidad, a veces es más fácil hablar de ellos con alguien que no sea tan cercano a nosotros. Pero también sé que podemos morir y vivir mejor,  si le quitamos el tabú al tema, y que al hacerlo podemos profundizar nuestras relaciones y nuestro sentido de vida. En parte por eso creo que estoy aquí. Si necesitas tener la conversación y recibir acompañamiento en este momento, aquí estaré para darte la mano. 

 

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