Falso Positivo

Nos hemos acostumbrado a ser unos «cracks» en estar bien,  porque como sociedad elogiamos y valoramos en exceso la fortaleza, la resiliencia, la valentía, el tener que poder con todo.  Por estos «valores» siempre estamos tratando de seguir adelante, así sea con uno o muchos  dolores emocionales encima. 

Nos dicen y repetimos que debemos mantener una actitud positiva, que hay que verle el lado bueno a las cosas, nos invitamos mutuamente a reprimir el dolor, a taparlo y esconderlo.

Y si, ser positivo es bueno pero a partir de cierto punto: del punto en el cual ya hemos reconocido que algo dolió. Porque la realidad es que los corazones se rompen, que los cambios cuestan y que el dolor existe. Y qué dejar que todo lo anterior duela no es cuestión de cobardía, negatividad o falta de agradecimiento. Es simplemente cuestión de existir. 

Por mi experiencia y por la de los procesos que acompaño sé que el ser «falso positivo» a veces no sólo no ayuda, sino que empeora los duelos. Porque no nos permite experimentar y expresar todo el peso de nuestros dolores, grandes o pequeños, y por que es precisamente eso, el aceptar que algo duele, el primer paso para poder sanar. 

Pero, no nos permitimos hacerlo en parte, porque hay muchos juicios sociales y porque no es «cool» no ser positivo. Nos invitan a ver el vaso medio lleno, a confiar en que «Dios sabe sus cosas»o a creer que no hay mal que por bien no venga. Y nuevamente, puede que sí, pero todas las anteriores deben partir de reconocer primero el quiebre y lo que dolió. Si no, sólo estamos creando más de los nefastos «falsos positivos». 

Eso lleva a que aunque estemos desbaratados emocionalmente, cuando alguien nos pregunta «¿Cómo estás?» nos salga un  «Estoy bien. Gracias »  en automático. Por que si nos permitimos decir lo que estamos sintiendo, terminamos mas encima regañados con una cantidad de: hay cosas peores, o mira el lado bueno, o peor en no se donde que hay alguien a quien le paso algo peor…

Algunos son un poco más «atrevidos»y responden «Bien como para no preocuparl@». Pero ahí igual están camuflando el dolor, porque no es «de buena educación» decir que algo duele sin adornarlo.

Pero para sanar, para llegar algún día a entender el propósito personal en el dolor (si es que pasa), para siquiera pensar en agradecer por algo que nos rompe el alma, el paso necesario es reconocer el dolor. Por eso, desde la muerte de Elisa en adelante me permito decir, sin tapar pero sin agrandar tampoco, cuando no estoy bien, cuando algo duele. Y lo hago con cosas profundas, pero también con otras banales. 

Lo hago como parte de mi propia campaña de educación emocional, porque entendí que para sanar es fundamental poder expresar la verdad de lo que se siente, sin filtros, sin comparaciones y sin adornos. Por que asi como si me machuco grito, lo puedo hacer también si se me rompe el corazón o se me cae una ilusión. Simplemente porque todas las anteriores duelen. 

Porque los pensamientos complejos, las emociones difíciles y los dolores son reales, no son un invento. Son parte de nuestra experiencia humana, así como el amor, el agradecimiento y la alegría. Son las dos caras de la moneda; para que existan los últimos, tienen necesariamente que existir los primeros. Porque sin el contraste todo sería neutro.

Por Silvia Trujillo

Especialista en duelos

Para sanar nuestros dolores, y me atrevería a decir, para vivir en bienestar, es fundamental que construyamos narrativas coherentes de todo lo que experimentamos. Lo bueno y lo malo. Lo que amamos y lo que nos duele.

Si no incorporamos todo, afectamos nuestro bienestar personal, nuestras relaciones de pareja, cómo educamos a nuestros hijos y cómo nos movemos en el mundo. Si seguimos con falsos positivos, no experimentamos y no crecemos, y al final, todo pierde contexto. Da igual perder o ganar. Es lo mismo amar que sufrir. Nada termina siendo determinante, por que siempre tengo que estar bien

 

Confieso que aveces sigo cayendo en esto. Hace un año, con el inicio de la pandemia, todos hablaban de reinventarse y de la maravilla de estar más con la familia y otras cosas que sí, pero nadie hablaba de otras que también pasaban: desajuste, pérdida de espacios personales, miedo en fin… todas realidades que se están empezando a manifestar en altos índices de depresiones, cuadros de ansiedad, entre otros.

 

El tema es que no debería estar mal hablar de los peros y los también, que no nos deberíamos juzgar unos a otros por sentir dolor, o porque no veamos el lado positivo siempre y de inmediato. Que entendamos que llegar allá es un proceso personal, y que honestamente solo será real y sostenible cuando reconozcamos primero que hay algo que duele o que incomoda o que molesta.

 

Realmente creo que esta costumbre social de la «hiper positividad» explica gran parte de nuestra incapacidad de sanar y trascender los quiebres y dolores emocionales. Porque al final, cada vez que alguien te cuestiona el dolor o te invita a enfocarte en lo positivo, lo que realmente está diciendo es: «Mi comodidad es más importante que tu realidad», como lo dijo maravillosamente Susan David en su libro Agilidad Emocional.

 

Los falsos positivos son muy peligrosos… confunden la fe con tener vidas perfectas, o con curarse, o con lograr lo que uno quiera cuando uno quiera. Si, sé que una actitud mental enfocada en encontrar soluciones es una super aliada para cualquier persona, pero entre eso y creer que solo por «encontrar el lado bueno» vamos a vivir libres de problemas hay una diferencia a b i s m a l.

 

Para sanar es necesario que vivamos el mundo tal como es: con subidas y bajadas, con luces y sombras, con amor y con dolor. No quiero transmitir el mensaje opuesto,  de solo ver el vaso medio vacío. Mi propósito es simplemente invitarnos a reconocer que a veces sentimos dolor y que no nos debemos avergonzar por eso. 

 

Y que si como sociedad lo entendemos así, no nos debe dar verguenza responder, a veces, que no estamos bien, que no queremos verle el lado positivo y que todavía no entendemos porqué debemos agradecer. 

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