Ser mamá es tantas cosas. Se puede ser mamá de muchas formas. En esta vida he experimentado distintas maternidades: la idealizada, la más dolorosa y la consciente. Soy mamá biológica por parto natural y cesárea. He perdido bebés en el primer y segundo trimestre. Tengo una hija en el cielo y otra que fue adoptada.
Si me preguntan cuál es cuál, honestamente me demoraría un poco en responder, porque después de todas estas experiencias he aprendido que, al final, lo que nos hace mamás es el amor incondicional, el permitirnos ser un canal para otras almas; no la forma mediante la cual los hijos llegan a nuestra vida, ni tampoco en la que se van.
Esto lo fui aprendiendo poco a poco y dentro de la dualidad característica de la vida: el amor y el dolor. Mi historia como mamá empezó como la de muchas, pero no la de todas: anhelando y hasta dando por sentada la maternidad que hemos normalizado, esa que se da cuando queremos, como queremos y con quien queremos, para tener los hijos que queremos tener en cantidad y características.
Cualquier opción que salga de los requisitos anteriores (cómo, cuándo, dónde y con quién), la empezamos a considerar fuera de lo normal, o por lo menos diferente: si fue antes de lo esperado, metimos las patas; si no se da cuando queremos, es que hay algo mal; si toca con ayudas, lo escondemos; y si son pocos o muchos, o de una manera u otra, lo buscamos justificar.
Pero la verdad es que, si bien en alguna época cumplir con los requisitos era la regla, en la actualidad no es tan normal. En mi consulta recibo muchos casos como los que he experimentado yo misma (pérdidas durante el embarazo y muerte de hijos) y otros muchos más de mujeres buscando cómo ser mamás, yendo de un proceso de fertilidad al otro, negándose a considerar opciones por vergüenza o por miedo al juicio, sin tener con quien hablar honestamente de lo desolador y difícil que puede ser ese proceso.
He descubierto que cuando centramos exclusivamente nuestras ilusiones en ser mamás «normales», es decir, quedar embarazadas mediante una relación sexual con la pareja que queremos y cuando queremos, no sólo limitamos nuestras opciones, sino que nos exponemos a un mundo de dudas, miedos, culpas, vergüenza, dolor y control.
Creo que al no hablar abiertamente de nuestras «anormalidades» en el proceso de ser mamás, nosotras mismas alimentamos esa falsa ilusión de la maternidad, que termina haciéndonos mucho más daño del dolor que ya traemos, así como también afectando a nuestros hijos, parejas, familias y a la sociedad en general. Alimentamos esa normalidad que hoy es más bien escasa, formándonos a un guion que nos causa más inseguridades que tranquilidad.
Las «anormalidades» son: no quedar embarazadas fácilmente y necesitar procesos de fertilidad; perder bebés; que nuestros hijos mueran; que sean in vitro, o in vitro más ovodonación, donación de esperma o donación de embrión; recurrir a un vientre en alquiler o a un proceso de adopción. Y a todas estas opciones llegamos con un duelo encima: el duelo a la falsa ilusión de lo que hemos aprendido que es ser mamás «normales», más el miedo al juicio de los demás.
Yo aprendí que era realmente ser mamá cuando Elisa murió. Estando al lado de ella, en la UCI, entendí que ser mamá no era lo que yo quisiera, cuando yo quisiera, como yo quisiera. Entendí que ser mamá es estar incondicionalmente para nuestros hijos; y sí, incondicional quiere decir sin condiciones.
Sin la condición de si son niños o niñas o si en el camino deciden cambiar. Sin la condición de si se parecen a nosotros o no, o si son deportistas o súper inteligentes. Sin la condición de si llegaron por una inseminación, un vientre en alquiler o por otra mujer. Sin la condición de que se vayan antes que nosotras.
Asimismo, debemos ser mamás sin condiciones con nosotras mismas: sin la condición de tener que ser mamás solo de la forma «normal». Debemos, como mujeres y generación, hacerle el duelo a esa falsa ilusión. El mundo cambió y nosotras con él. Hoy el embarazo «normal» se dificulta, pero así mismo disponemos de más opciones para ser mamás que nunca en la historia.
Sanemos el sentirnos mal o el esconder cómo llegaron nuestros hijos. Uno solo esconde lo que siente que no está bien o por lo que teme que lo vayan a juzgar. Ese es el primer duelo que hay que hacer. Si conscientemente aceptamos que elegimos otra manera, voluntariamente o porque no teníamos otra opción, la aceptamos y hablamos de ella sin pena y con responsabilidad, viviremos maternidades más honestas y sanas. Hoy, orgullosamente tengo una familia diversa y no puedo ser más feliz, pero he podido crearla por haberme permitido sanar mis duelos, entre ellos, el de la ilusión de tener que ser una mamá «normal».
Al final, como dije antes, lo que nos hace mamás es la experiencia de ser el canal para que nuestros hijos se desenvuelvan en el mundo, no la forma en la que llegaron a estar con nosotras. Por eso mismo, si hablamos con mayor transparencia acerca de todas las dificultades y los miedos, podremos también hablar abiertamente acerca de las opciones y las posibilidades que tenemos hoy para ser mamás, creando una nueva normalidad de la maternidad.
Con esto no solo nos quitamos una carga nosotras mismas en procesos que ya de por sí son desgastantes y difíciles, sino que, además, abrimos caminos para las demás, nos acompañamos, nos informamos y hacemos más honestas nuestras relaciones con nuestros hijos y familias, y con todo eso aportamos a quitar la carga para aquellas que no encajamos 100 % en la ilusión de la maternidad «normal».
Porque no es lo mismo estar embarazada, tener un hijo y ser mamá. Todas son opciones válidas, pero mientras una limita posibilidades, hay otras que las expanden. Y no hay nada de malo en esa expansión. Por el contrario, solo puedo ser positivo que quienes así lo quieran, logren a consciencia y con transparencia su sueño de ser mamás.
Por eso, no deberíamos esconder ni las adopciones, ni los procesos de fertilidad asistida, ni las donaciones en sus variables, ni los vientres en alquiler. Porque ser mamá no tiene nada para esconder. Porque el problema se crea es en el sentir que hay algo mal o que nos van a juzgar. Porque ser mamá es muchas cosas y porque se puede ser mamá de muchas formas.
Silvia Trujillo es especialista en la transformación de duelos a raíz de su propia experiencia con la muerte de su hija Elisa y de los aprendizajes que esta experiencia ha traído en su vida. Coach de vida certificada. Se ha formado con: Wayne Dyer (QEPD), Deepak Chopra, Anita Moorjani y Martha Beck, entre otros, además de contar con un Diplomado de la Universidad de San Diego, California, en Sanación Holística. Ofrece su acompañamiento mediante sesiones, talleres, productos y programas de transformación. Toda la información esta disponible en sus redes sociales @siltrujillohoy y su página web.