Planeamos nuestra vida inversamente. Desde que salimos del colegio definimos si vamos a tener hijos y cuántos, a que edad nos vamos a casar o a viajar por el mundo. Y al definir la meta, empieza un conteo regresivo para alcanzarla.
Muy a menudo oigo estos cálculos en mi consulta, y la verdad, es que yo misma los he hecho. Pero este tipo de expectativas a veces no se cumplen por completo. Así lo hayamos hecho «todo bien», a veces, la vida hace cálculos diferentes.
Y cuando eso pasa, cuando no alcanzamos eso que nos hemos propuesto, aparece un duelo. Es el duelo a las ilusiones. Casi nunca le ponemos ese nombre, pero es así, porque al final sentimos que perdimos, nos desestabilizamos o como mínimo nos decepcionamos, en conclusión: sentimos dolor.
Las ilusiones que nos llevan al duelo son muchas: tener pareja, hijos o una carrera que nos apasione. Y la única forma de sanar este dolor es como con cualquier otro tipo de pérdida real.
Porque no vivir la vida que habíamos imaginado puede ser increíblemente doloroso. Pues aunque nunca sabremos exactamente qué traerá el futuro, si es todo un reto llegar a cierta edad, en la cual ya creíamos cumplidos algunos sueños y evidenciar que no los hemos alcanzado, y más, cuando vemos que otros si los han logrado.
Gastamos mucha energía planeando nuestra vida «ideal», esa vida imaginada en la cual controlamos lo que queremos y cuando lo queremos. Una gran parte del trabajo que hago en mi consulta es acompañar a las personas a desprenderse de ese ideal de la vida perfecta, a reconciliarse con lo que no sale como queremos.
Para lograrlo, el primer paso es reconocer el dolor que experimentamos cuando eso que queremos no se da. Y ese proceso es muy incomodo y duele. Pero es necesario. Debemos darnos el espacio para llorar la pérdida de la vida que habíamos imaginado. Nada sacamos negando lo que anhelábamos y no fué, o si sacamos algo es sólo más dolor y más confusión.
Porque no alcanzar nuestras ilusiones duele, y como todo dolor, merece su proceso de duelo. No estar en pareja a una edad en la que lo dábamos por seguro, o no tener hijos cuando lo queríamos son pérdidas, que aunque sean invisibles duelen. Nos duele la pérdida de la vida que soñamos. Y es una pérdida increíblemente dolorosa, así no la queramos reconocer.
Ante estas pérdidas se nos dificulta pedir ayuda y reconocer que necesitamos un proceso de duelo, es como si sintiéramos que no tenemos derecho a sentir dolor por una ilusión.
Pero por mi propia experiencia y por los procesos que he acompañado sé que es tan válido y necesario hacer el duelo a las ilusiones perdidas como a cualquier otro tipo de pérdida emocional. Si no sanamos esta sensación de pérdida, de no haber logrado lo que nos propusimos, o eso que se considera socialmente aceptable o normal, estamos acumulando dolor, que tarde o temprano buscará con quien y donde salir, y seguramente lo hará de maneras muy dañinas. Porque estas pérdidas al ser invisibles son fáciles de esconder, pero a pesar de que aparentamos estar bien y seguir adelante, si no las atravesamos, nunca nos sentiremos completos.
Si, el ideal es que las ilusiones se hagan realidad, pero la verdad es que no siempre pasa. Y que no se de eso que anhelamos ya implica suficiente dolor, como para que más encima le carguemos la negación del dolor que esto nos significa.