Como sociedad, nos podríamos describir como analfabetos emocionales. No nos enseñan a lidiar con el dolor, porque simplemente no nos gusta el dolor. Y no se trata de ser masoquistas, sino simplemente de observar la realidad. El dolor es parte de nuestra experiencia humana, nos guste o no.
Esta negación del dolor hace que nuestros duelos sean más complejos y más difíciles de sanar. Tememos lo que no conocemos. Como no nos permitimos ni mencionarlo, surgen mitos y leyendas alrededor del dolor que, como las del coco, Bruno o la llorona, nos atemorizan sobre todo cuando estamos solos y a oscuras: dos estados muy característicos cuando estamos en dolor.
Por el contrario, educarnos frente al dolor, hablar de lo que nos duele y reconocerlo como parte de nuestra vida, nos acompaña a neutralizar el miedo, a acercarnos a él, a entenderlo y entendernos lo que sentimos y lo que nos puede pasar cuando algo duele.
¿Qué podemos aprender acerca del dolor emocional? Primero lo evidente: que efectivamente duele, es muy incómodo y nos quita el piso. Pero si nos quedamos solo con eso, estamos perdiendo la lección.
Por qué podemos aprender también que TODOS lo sentimos sentiremos en alguno o muchos momentos de nuestra vida, y que la clave está precisamente en permitirnos sentirlo. Así como con Bruno, cuando se habló de él, se puedo entender y sanar la situación.
También podemos aprender que no hay fuentes legítimas e ilegítimas de dolor. Es decir, no hay dolores inválidos. Así mismo, podemos aceptar que los dolores no se comparan ni se clasifican, simplemente se sienten. También podemos entender que en algún momento van a pasar, no por que el tiempo los cure (ahí a lo sumo se camuflan por un tiempo) sino porque se sanan y se incorporan.