Los duelos de por sí son complejos. Pero cuando quien ya no está es alguien con quien tuvimos una relación complicada, en donde nos hicieron daño, se hace mucho más confuso.
La mezcla de emociones es más intensa, se crean interminables pensamientos de sufrimiento, al sentir que nuestros cuestionamientos no tendrán una respuesta y que las disculpas que anhelamos no llegarán jamás.
Por lo general, creemos que solo nos duele o va a doler extrañar a alguien a quien amamos, pero entonces, ¿por qué nos sentimos tan mal cuando muere o se va alguien que nos lastimó?
Hacerle el duelo a las pérdidas de quienes nos han hecho daño es un proceso muy intenso, complejo y sin duda confuso. ¿Por qué? Porque quedan pendientes negativos sin cerrar eternamente, heridas abiertas que ya no vemos posible sanar y excusas que nunca van a llegar.
¿Qué podemos hacer en estos casos? Recomiendo escribir cartas en donde manifestemos todo eso que nos ronda en la cabeza y en el corazón. Plasmar todos los pensamientos, cada sentimiento, la inmensa rabia y cada «¿cómo pudiste hacer eso?» en el papel.
Dejar que la ira y las lágrimas fluyan. No basta con pensar. El poder liberador está en canalizar todos los pensamientos y emociones en la palabra escrita. Cuando todo esté sobre el papel, quemar la carta para dejarlo ir. El fuego simboliza purificación y transformación.
Gran parte del proceso para sanar un duelo es permitirnos sentir y expresar nuestros sentimientos. Canalizar la ira, decir lo que quisimos y cuestionar lo que no pudimos. De esta manera vamos a transformar esa difícil experiencia en la herramienta de aprendizaje que usamos para transformarnos a nosotros mismos, así se produce la alquimia desde la aceptación.
Aunque en este momento no se vea evidente, después de permitirnos liberar todas las emociones y los pensamientos, vamos a estar livianos, y desde la liviandad vamos a poder ver que por más difícil o dolorosa que haya sido la experiencia, seguimos acá, que lo vivido muestra nuestra grandeza y valentía.
¿Hay algo por lo que podamos valorar haber vivido esa experiencia? ¿Dejó algún aprendizaje? ¿Nos enseñó algo de la vida o de nosotros mismos? Si si, maravilloso. Si no, está bien. Estás vivo, tienes aliento para hacer y ser. Incorpora la experiencia como una parte de tu historia, no como lo que te define como persona y decide quien quieres ser y cómo quieres responder.