¿Por qué escondemos el dolor?

Dos casos cercanos y recientes me invitaron a hacerme esta pregunta. En cada uno, personas con diagnósticos terminales y sus consecuentes procesos de enfermedad muy difíciles y dolorosos, tomaron la decisión de no querer compartir su situación con nadie más allá de su núcleo familiar cercano. Al igual, conozco miles de ejemplos en los cuales se prefiere esconder o no hablar de lo que está mal.

Si bien respeto el derecho de cada quien a compartir o no su situación personal en el tema que sea y tengo clarísimo que no tenemos que andar exponiendo nuestra vida privada al mundo entero, sí me llama la atención qué nos motiva a mantener en secreto nuestras dificultades y nuestros dolores. Y digo «nos» porque me acuerdo de mí misma queriendo esconderme del mundo cuando se murió mi hija, o cuando algo me duele o no me sale bien.

Esta reflexión me ha llevado a pensar que a lo mejor hacemos una asociación automática entre el dolor y el fracaso. Como si creyéramos que cuando algo difícil y/o doloroso pasa (una enfermedad, un divorcio, la muerte, una quiebra, el embarazo que no se da, etc.), es porque hay algo mal con nosotros. Como si el dolor viniera con una condena social.

O tal vez, porque en un mundo que cada vez se vende más perfecto, nos sentimos raros o los únicos a los que les pasan cosas difíciles. No sé, pero la verdad me causa mucha curiosidad entender por qué queremos esconder lo que duele.

Primero, porque el dolor es parte de nuestra experiencia humana. Y segundo, porque también he podido evidenciar que cuando ocurre lo opuesto, es decir, cuando no con ánimo de victimizarnos ni de generar fama a partir del morbo de la situación difícil, sino cuando desde la vulnerabilidad nos permitimos compartir con otros las dificultades que vivimos, los resultados son siempre positivos, o como mínimo neutros.

Exponer vulnerablemente nuestros dolores crea comunidad, nos conecta, abre posibilidades, así sea para llorar y desahogar. Invita abrazos, mensajes y oraciones. En fin, abre paso a una energía bonita que rodea y acompaña a quien está padeciendo la situación difícil y a sus familiares y amigos.

Entonces, ¿en qué momento nos dejamos vencer por el temor al juicio o al qué dirán? ¿Cómo es que el vivir el dolor en soledad le gana a todo lo bonito y poderoso que se puede generar a nuestro alrededor cuando estamos pasando por una situación difícil?

Vale la pena que cada uno de nosotros lo contemple y lo analice, porque como les decía antes, en mi caso, lo que más he recibido cuando me he permitido ser vulnerable respecto a mis dolores y mis pérdidas es cariño, compañía, buena energía o como mínimo un abrazo que, aunque no sepa qué decir, busca consolar.

Sin duda podrán aparecer por ahí quienes ni se inmuten o tengan algún comentario desatinado, pero creo que no es lo común.

¿Será que guardamos nuestros dolores por la posibilidad de que aparezca esa minoría? ¿O tal vez lo hacemos por equiparar  la dificultad y el fracaso? ¿O por creer que somos los desafortunados o los raros del grupo?

No sé… Como dije al principio, respeto las decisiones de cada uno, pero también sé que al ocultar lo que duele, nos estamos privando de la oportunidad de reconciliarnos con nuestra humanidad, de educarnos emocionalmente y de hacer que los procesos de final de vida o de duelo sean más profundos, más sanadores, más llevaderos y sin duda más amorosos.

Hoy honro con todo mi cariño a quienes me motivaron a crear este blog. Las abrazo con el alma y les envío toda mi luz. Pero me queda el sinsabor de la impotencia, al pensar si pude haber compartido una palabra, una oración o una sonrisa que aliviara un poco la carga de lo difícil.

Y en su memoria, seguiré hablando de lo que me duele, de lo que me sale mal y de lo que no fue. Porque siempre será más llevadero el dolor acompañado. Porque es muy poderosa  la comunidad que se genera en la dificultad. Porque el dolor nos une, nos humaniza y nos iguala. Porque podemos morir y sanar mejor cuando no escondemos lo que nos duele.

Porque siempre escogeré tener muchas manos que agarrar cuando sienta que no tengo la fuerza para continuar. Porque el dolor ya de por sí es difícil, como para más encima reforzarlo con la carga del presunto fracaso o de creer que algo en nosotros está mal y se debe ocultar. Porque ningún dolor debería tener que soportarse en soledad.

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