Leo el título y lo siento como Fábula de Esopo, como título de saga de libro o película. Y creo que funciona, porque así como las fábulas usan a los animales para enseñarnos valiosas lecciones, cuando estamos en duelo, la culpa y el juicio pueden cumplir la misma función para enseñarnos cómo sanar realmente el dolor.
En duelo, la culpa, el juicio son como hermanos siameses, están pegados, siempre presentes. Si no es culpa de uno mismo, es de alguien más: el médico, el tío, la enfermera, el o la otra, Dios, o todos los anteriores. Y hacemos juicios implacables y categóricos, que por lo general se resumen en creer que lo que pasó, está mal.
No conozco un caso de duelo libre de culpas o juicios, acá no hay quien tire la primera piedra. ¿Por qué? Porque cuando no entendemos algo, necesitamos encontrar una explicación. Y esto se debe a que nuestro cerebro funciona así: para él (y por ende para nosotros) todo efecto tiene que tener una causa. El problema es cuando la causa es sinónimo de culpa. El problema es cuando el efecto se juzga.
Empecemos con el primer problema: creer que la causa es sinónimo de culpa. Sí, evidentemente cuando una relación se acaba, cuando alguien muere, o cuando se da algún cambio en nuestra cotidianidad, hay alguien o algo que origina el suceso, o por lo menos que interviene.
A veces, la causa real lleva mucho tiempo: enfermedad, insatisfacción, depresión, falta de entendimiento. Otras en cambio son repentinas: accidentes, epidemias o flechazos. Miren que sólo hablo de SITUACIONES, no de PERSONAS.
En todas las anteriores intervienen múltiples factores y personas sólo desde la perspectiva terrenal, sin tener en cuenta otras creencias. Pero nosotros, en el dolor siempre buscamos personalizar y encontrar al culpable. Es un mecanismo de defensa, busca cumplir una función: ayudarnos a entender, creemos que al ponerle nombre y apellido a la causa de nuestro dolor, este va a sanar, pero la verdad es que no es así.
Buscar un culpable siempre trae más carga que alivio, enreda los sentimientos, confunde las emociones. Y la verdad, nunca tendremos como comprobar que una única persona es responsable de lo que pasó. Por mucho llegarán a ser simples sospechosos.
El segundo problema es juzgar el efecto. Estar sin trabajo es lo peor, separarse está mal y morirse peor. ¿En serio? No estoy diciendo que las situaciones dolorosas esten bien. Estoy diciendo que no están bien ni mal, que simplemente son, que pasan y que son parte de la vida. Pero al juzgarlas las complicamos, nos sentenciamos y contrario a lo que creemos nos alejamos de sanar. En duelo ya estamos suficientemente cargados, nada aporta un bulto más.
Sé, por mi propia experiencia y por los procesos que acompaño que los dolientes cargamos mucha angustia y mucha rabia por el juicio y la culpa. Por eso mismo entiendo de primera mano el dolor y la confusión que esto genera. Pero por lo mismo sé que esos sentimientos no nos van a aliviar el corazón roto. Porque explicar no es igual a sanar.
Por el contrario, sé que cuando nos permitimos limpiar y traspasar los culpables y los juicios, nos aliviamos, ganamos perspectiva, sanamos y crecemos. Porque las causas no necesariamente son culpables, y porque los efectos no son ni buenos ni malos: terminan siendo como casi todo en esta vida, lo que nosotros definamos que deban ser.
Si estás atravesando un duelo, o sigues cargando culpas de hace años, contactame, para mí será un honor acompañar tu proceso de transformación.